Hoy me desperté con el vago recuerdo de una pesadilla,
una película de terror y con un deseo de rascar, de quitar la costra de la piel
de las apariencias.
Rasco mi Smartphone y encuentro el coltán, el
mineral de sangre del corazón de África, extraído por niños mineros que por su
menudo tamaño son forzados a tortuosos meandros bajo tierra, mientras por
encima los escuadrones de la muerte a servicio de multinacionales siembran terror
entre sus familias…
Rasco la etiqueta de mi camisa comprada en rebajas post-navideñas y encuentro miles de mujeres y niños muertos bajo una fábrica de
ropa hundida en Bangladesh, el país más pobre del mundo…
Rasco el paquete de azúcar que abro para dulcificar
el café amargo (con su propia historia amarga) y encuentro una tradición de esclavitud
y genocidio en el Caribe que alteró la dieta europea e introdujo el invento del
postre.
Rasco la gelatina del fármaco que tomo para curar
mi tristeza y encuentro todo una campaña de argucias apoyadas por médicos
expertos y medios de comunicación para convencerme de mi enfermedad inexistente…
Rasco el folleto del centro de psicología
humanista de mi barrio donde pienso ir para auto-conocerme mejor y encuentro un
gurú, presuntamente poseedor de la piedra filosofal, cuyo método consiste en un
largo y caro proceso para de-construir y luego reconstruir mi personalidad.
Todavía con más picor voy a la calle y empiezo a
rascar la imagen de un póster de la marca Barcelona, “la millor botiga del mon”,
y encuentro detrás una ciudad muerta. De repente la herida queda abierta. Je
suis Patricia Heras…
Rasques donde rasques puedes encontrar una película
de terror.
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