Entró un ladrón en el santuario de un monje y le
gritó, “Te corto la cabeza y la hago rodar al pie de los altares”. Quería robar
las ofrendas del templo. El monje seguía meditando y sin titubear le contestó,
“Tranquilo, coge el dinero que necesitas y deja suficiente para pagar el
impuesto del templo”. Y así lo hizo el ladrón a regañadientes. Al huir escuchó
la voz serena del monje, “Da las gracias”. Y el ladrón a sentir la absoluta
tranquilidad y autoridad con que habló el monje, le dio las gracias…
Tiempo después el ladrón fue detenido, acusado,
entre otras fechorías, de robar las ofrendas del templo, delito castigado con
la muerte. Llamaron a declarar al monje y le preguntaron si conocía al ladrón.
El monje dijo que si, que un día fue al monasterio, dejó unas ofrendas y dio
las gracias. Así que la condena fue menor. Cinco años más tarde a salir de la
prisión el ladrón volvió a monasterio, se hizo monje y adquirió fama de ser el
más bondadoso de todos…
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