Un amigo, profesor de Tai-Chi, me explicó el siguiente
cuento. En un pueblo de la China el viejo Maestro de Tai-Chi estaba muriendo,
rodeado de sus mejores y más fieles discípulos. Él había prometido desvelarles
el secreto de la disciplina, darles la clave de comprender como llegar al
refinamiento de su arte y el desarrollo de su más profundo potencial humano. A medida que el viejo Maestro se moría los discípulos se acercaba paulatinamente
a su lecho para poder escuchar su última y más trascendental enseñanza. Por fin
llegó su hora de pasar al otro mundo y justo con su último suspiro el Maestro susurró:
“Practicar!”
Según Dan Coyle, en “Las claves del talento”, el secreto
está en la mielina, la sustancia blanca que recubre las neuronas. Esta
sustancia es la clave para el desarrollo las habilidades del aprendizaje de un
ser humano. Todas las habilidades están hechas de circuitos vivos de fibras
nerviosas, de una red de neuronas. La mielina es una capa aislante que envuelve
esas fibras nerviosas y que aumenta la fuerza, la velocidad y la precisión de
la señal. “Cuanto más activamos un circuito determinado, mayor es la cantidad
de mielina que optimiza ese circuito, de modo que nuestros movimientos y
pensamientos se vuelven más fuertes, rápidos y precisos.”
Cultivar una habilidad exige una práctica intensa. Y este
tipo de práctica requiere energía, pasión y compromiso. Demanda grandes dosis
de la vitamina C de Curiosidad y la vitamina E de Entusiasmo y Entrega.
Pienso en la película “Buscando a Bobby Fisher” que
cuenta la infancia de Josh Waitzkin, un prodigio de ajedrez y autor del libro
“El arte de aprender”. Su precoz pasión por el ajedrez le impulsa a
desenvolverse jugando contra reloj en una plaza urbana frente a contrincantes
afroamericanos astutos y veloces. Josh Waitzkin escribe en su libro: “paso a paso,
incrementando la práctica, el novato llega ser el maestro.”
Este nuevo modelo se sustenta en ejemplos como él de los
futbolistas brasileños que se acostumbran a jugar al futbol sala donde tocan la
pelota 600% más que en los campos grandes, y donde se cometen y se corrigen más
errores. El balón es más pequeño y más pesado y exige un manejo más preciso.
Así esos jugadores consiguen incrementar el número de capas de mielina que
rodean a sus células nerviosas.
Incluso, se presenta como evidencia de este nuevo avance científico
el caso del joven Mozart, cuestionando la popular imagen del pequeño genio
innato. Se observa que Mozart escribió el primer concierto que se considera una
obra maestra cuando tenía 21 años. El joven músico ya llevaba 10 años de
práctica intensa, la clave de su éxito.
Otro ejemplo es el de Salvador Dalí. De joven declara: “Seré
genio”. No nace genio sino decide serlo, por la fuerza de su propia voluntad y
practica. Dice: “La inteligencia sin ambición es un pájaro sin alas.”
Volvemos al valor del esfuerzo y del progreso lento. Si amas
lo que haces, trabajarás con el suficiente tesón como para ser bueno en ello. La
motivación facilita la energía, mientras que la práctica intensa convierte, con
el tiempo, esa energía en capas de mielina, que opera como la banda ancha del
cerebro.
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